sábado, 18 de enero de 2014

Notas al pie de una victoria poética.



A Juan Gelman. 

Desinventar el lenguaje que reinventaste
para ahuyentar la muerte
justo ahí donde la máquina capital
encarnizada en crear sufrimiento
la sembraba en régimen de monocultivo.

Aprender a derrotarla en pequeñas dosis
de lucidez y de belleza triste, casi tanguera
estrujar el dolor indecible hasta deshijarte
despadrándote/dedaleando/desmadrándonos
convirtiendo en poesía la despó(é)tica existencia.

Emerger desde el oscuro bajofondo
que subyace bajo la lluvia ajena
para combatir la junta oscura
con armas de desalienación masiva
acaso pájaros violáceos, contraofensivos.

Mirarnos en tu espejo resquebrajado
(vos lo enseñaste: el cielo ya no es el mismo)
escupir palabras dominicales contra el viento del imperio
justo ahí donde -padre imposible- llorás vestido de rojo
y descubrir que, con tu ausencia, la tierra queda dolorida.

Esperar a que escampe la desesperanza
volando equidistante del sol y del mar
y picapedrear con el cincel de la palabra justa
hasta que al fin, con el fuego de la memoria donde ardía
se derrita el frío de los condenados que un día triunfarán.

sábado, 11 de febrero de 2012

Mañana es peor.


Dedicado a Luis Alberto Spinetta.

Y cómo hacemos ahora
para explicar lo inexplicable
decir lo indecible
dormir esta noche
llenar el vacío inconmensurable
sobrevivir a esta pena honda y negra.
           
Cómo, si la muerte, esa utopía
nos arrebató al mejor de la especie.

Él, que como los mejores alquimistas
fundió en perfecta amalgama
la melodía y la lírica
la ética y la estética
el cuerpo y el alma
la finitud y la eternidad

Él, que puso la belleza en palabras
la magia en sonidos, el lenguaje del cielo.
Él, que cantó los días de la vida
las aguilas de trueno
los duraznos sangrantes
la buena memoria
las almas del diamante.

Él, verdadero creador del mundo
de nuestros mejores sueños.
Flaco capitán que para ir al espacio interior
disparaba rayos de luz iridiscente sobre la avenida.
Kamikaze constructor de puentes amarillos
que un día hicieron llegar la canción hasta el sol.

Que nos queda ahora
a los simples mortales
extranjeros en el mundo
ciegos frente al mar de llanto
solos de toda soledad
herederos de la nada
huérfanos del padre de la belleza
buscadores de la poética perdida,
escamoteada a la infinita tristeza.

Hacia donde iremos ahora
estos hombres tristes
desterrados del jardín de gente
condenados a sufrir el dolor de un mañana ominoso
sin la lisérgica anestesia de la miel de tu voz
por haber cometido el terrible pecado
de cumplir el primer mandamiento spinettiano:
“deberás amar, amar, amar hasta morir”.

Que hacemos ahora
a estas altas horas
en que todo es inútil
incluso la torpe resignación
de saber que la muerte
(o su alter ego, ese dios inexistente)
siempre se lleva temprano a los mejores
nos rodea de seres longevos y abyectos
buitres que imploran en su nombre
mientras juntan los pedazos
del collage de la depredación humana
con el que ilustran infames portadas.

Cómo seguimos ahora
si aunque queremos rezar por vos
también nosotros nos cansamos
de la ingratitud de las luces del edén
y aprendimos con el poeta maldito
que los cielos responden a nuestra actitud de absurdo insensato
y al final de cuentas sabemos a ciencia cierta
(como el Capitán Beto, como Cristálida, como Tía Amanda)
que no existe dios ni religión alguna
(¿Dónde está ese lugar al que todos llaman cielo? No tengo más dios)
ni ninguna otra forma de pensamiento mágico
-opio popular u eterno porvenir de una ilusión-
que nos devuelva al paraíso terrenal de oírte
en una plaza/un teatro/un estadio/un otromundo
cantándonos la vida, blindándonos el alma
contra todos los males de este mundo
transportándonos hacia las altas mareas del sol.
(y si vieras las mareas surgir)
(y si vieras como apuntan a vos).

Hacia donde carajo disparamos ahora
cuando el tercer cigarrillo del insomnio
se quema en nuestras bocas hartas de maldecir
cansadas de añorar la ternura de tu acuario
cuando el malestar en la cultura
se convierte en enfermedad terminal
si ni el flaco consuelo de que algún día hablaremos de vos a nuestros hijos
(y que terrible la agonía de sentir que pierdo tu amor ahora, justo ahora)
a los que machacaremos una y otra vez: guarden bien sus manos esta libertad
puede evitar que en este instante estemos todos rotos, desgarrados, partidos al medio
jodidos, bien jodidos, porque con vos se murió también un pedazo de nuestras vidas
porque nos invade el dolor de saber que finalmente sí que solo gira tiempo en tu lugar.

(Se acabó el ahora. Todo es ayer. Todo es nada o tal vez barro.
Hoy, aun en esta noche de un febrero infame, todo es hielo en la ciudad.
Solos y tristes vamos a estar en este cementerio. Mucho frío hará sin vos en verano.
En esta quietud que ronda a tu muerte no tenemos presagios de lo que vendrá).

Y sí, parece que al final del historial no nos queda otra que desdecirte
desandar cual parricidas el camino que con entrañable ternura nos enseñaste
(ese que a duras penas aprendimos, a veces contra toda evidencia)
escupir sobre tu tumba de padre fundador de la belleza y de la luz
y de una buena vez, mientras intentamos seguir viviendo sin tu amor
confesarlo: sin vos, mañana es peor.

Juan Ignacio Orisni.
Suburbios de La Plata,
Noche infinitamente triste del 8 de febrero de 2012.

jueves, 20 de octubre de 2011

A M.F., in memoriam.

Noche negra y hoja incorregiblemente en blanco

blanco como tus ojos extraviados por la muerte

en esa imagen que me perseguirá mientras viva

blanco como esa ambulancia apilada de cuerpos

rojos de sangre y de sentimiento

rojos de poner el cuerpo

por los otros por nosotros

invisibles espectadores de lo ominoso.



Noche triste y ojos inexplicablemente secos

secos como mi vida que ya no vale nada

más que palabras escupidas a duras penas

negras como este mundo que me perseguirá mientras viva

salvo que acabemos con la tercerización de la injusticia

acaso en tu nombre

rojo de poner el cuerpo  

por los otros por nosotros

obligados sepultureros de lo ominoso.

sábado, 8 de octubre de 2011

CONSTERNADOS, RABIOSOS, de Mario Benedetti.


Vámonos,
derrotando afrentas
ERNESTO CHE GUEVARA

Así estamos
consternados
rabiosos
aunque esta muerte sea
uno de los absurdos previsibles

da vergüenza mirar
los cuadros
los sillones
las alfombras
sacar una botella del refrigerador
teclear las tres letras mundiales de tu nombre
en la rígida máquina
que nunca
nunca estuvo
con la cinta tan pálida

vergüenza tener frío
y arrimarse a la estufa como siempre
tener hambre y comer
esa cosa tan simple
abrir el tocadiscos y escuchar en silencio
sobre todo si es un cuarteto de Mozart

da vergüenza el confort
y el asma da vergüenza
cuando tú comandante estás cayendo
ametrallado
fabuloso
nítido

eres nuestra conciencia acribillada

dicen que te quemaron con qué fuego
van a quemar las buenas
buenas nuevas
la irascible ternura
que trajiste y llevaste
con tu tos
con tu barro

dicen que incineraron
toda tu vocación
menos un dedo

basta para mostrarnos el camino
para acusar al monstruo y sus tizones
para apretar de nuevo los gatillos

así estamos
consternados
rabiosos
claro que con el tiempo la plomiza
consternación
se nos ira pasando
la rabia quedará
se hará más limpia

estás muerto
estás vivo
estás cayendo
estás nube
estás lluvia
estás estrella

donde estés
si es que estás
si estás llegando

aprovecha por fin
a respirar tranquilo
a llenarte de cielo los pulmones

donde estés
si es que estás
si estás llegando
será una pena que no exista Dios

pero habrá otros
claro que habrá otros
dignos de recibirte
comandante.

Mario Benedetti

Montevideo, octubre de 1967

viernes, 27 de mayo de 2011

Nocturno, de Julio Cortázar.

Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.
En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.
Mi mujer sube y baja una pequeña escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.
Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.
(esto de los caballos me recuerda a cierto relato)